2021En memoria del Dr. Rafael NavarroGrandes MaestrosPlaneta RojoReporte Especial

Buscando un ambiente análogo al de Marte en la Tierra

– Por Patricia de la Peña Sobarzo

La Tierra no es más que un pequeño planeta entre los nueve que dan vueltas alrededor del Sol; y éste no es más que una de las 250 mil millones de estrellas que componen la Vía Láctea. A su vez, esta última es una más de quizá centenares de miles de millones de galaxias que forman el Universo. Muchos científicos creen que es probable que exista una cantidad innumerable de planetas, además de la Tierra, que hayan presenciado el origen de formas simples de vida. Y de todos los planetas de nuestro sistema solar, Marte es el único al que se considera con estas posibilidades.

Desde la antigüedad, los seres humanos pensaban que Marte tenía vida, porque se podía ver a simple vista o con telescopio, que en diferentes épocas del año, mostraba cambios en su superficie, lo que parecían estaciones climáticas o, posiblemente, vegetación; con más detalle se podían ver estructuras que parecían canales. Como los europeos tenían canales para llevar agua a diferentes lugares, se pensó que podría haber civilizaciones marcianas.

Sin embargo, a partir de los viajes espaciales, con los primeros satélites puestos en órbita, como el Sputnik I, en 1957, y las primeras imágenes tomadas por la astronave automática Mariner 4, en 1965, se reveló que en realidad no existían tales canales y que su observación se debía a problemas ópticos y de alineación de los telescopios utilizados en la Tierra, que hacían apreciar los cráteres y otras estructuras de la superficie en forma de líneas rectas.

Aunque en 1969 el hombre llegó por primera vez a la Luna, Marte siguió siendo el planeta de mayor interés y curiosidad, al ser el más parecido a la Tierra, y ubicado a una distancia no muy diferente a la de los otros planetas cercanos al Sol, por lo que se siguió considerando que pudo haber tenido vida en el pasado. Uno de los problemas que tiene Marte, sin embargo, es que su atmósfera es mucho más tenue que la de la Tierra y nunca se ha visto evidencia de que tenga agua líquida en la superficie.

En los años 70 las misiones Vikingo organizadas por la NASA buscaban resolver, básicamente, el enigma de si había o no vida en Marte, por lo que se diseñaron varios experimentos. Uno de éstos fue químico y consistió en enviar un espectrómetro de masas y un cromatógrafo de gases para tomar muestras de suelo marciano. Los resultados fueron muy sorprendentes, porque no se encontró ningún material orgánico. En 1976 se enviaron dos naves espaciales a Marte para explorar el hemisferio Norte en diferentes partes y los resultados mostraron que no había materia orgánica.

Todos los preparativos para esas misiones se habían hecho en el desierto de Mojave en California, al norte de México, y también en el desierto de Arizona. En ese entonces, se pensaba que esos lugares podrían representar un buen ambiente análogo a lo que serían las condiciones de aquel planeta, como la falta de agua, lo que permitiría demostrar si la instrumentación funcionaba.

Los materiales que se generaban en el suelo del desierto de California mostraban que había una gran Boletín informativo de la Coordinación de la Investigación Científica 8 cantidad de compuestos orgánicos. También se hicieron pruebas en el desierto de los valles secos de la Antártida donde hubo detección de compuestos orgánicos. El asombro de los científicos fue que los resultados no mostraron registro alguno de dichos compuestos en los equipos enviados a Marte, la duda era si el equipo había funcionado o fallado.

Lo que se hizo fue probar el equipo con otros intervalos de medición y se encontró un compuesto orgánico que no existe en forma natural y que solamente se podía explicar como el solvente que se empleó para limpiar y esterilizar las naves, aquí en la Tierra y no en Marte. El haber encontrado este componente como un contaminante de esterilización de la nave espacial demostraba que los equipos habían funcionado y el hecho de que no hubiera material orgánico sugería que efectivamente éste no existía en Marte. Posteriormente hubo un paquete de experimentos biológicos en esa misma misión.

Uno con agua, para ver si había alguna respuesta de los microorganismos que pudieran haber ahí, y lo que se encontró fue que, tan pronto se ponía agua en el suelo marciano, se liberaba oxígeno, y eso podía sugerir la fotosíntesis como ocurre aquí en la Tierra y, por lo tanto, el hecho de que podía haber vida. Otro de los experimentos consistió en agregar nutrientes seleccionados en la Tierra, porque son fáciles de digerir por cualquier bacteria o microorganismo, y la sorpresa fue que cuando se aportaban esos compuestos al suelo marciano se liberaba bióxido de carbono, tal como se podría esperar si hubiera un metabolismo de degradación; por ejemplo, como ocurre en la respiración. Para poder distinguir si estos compuestos eran realmente el resultado de la descomposición de los sustratos que se habían mandado, fueron marcados con carbono 14 y el equipo indicó la actividad del bióxido de carbono.

Éste es uno de los experimentos que más duda ha ocasionado, porque demostraba que sí había actividad respiratoria, pero estaba en contradicción con los datos de los componentes de análisis químicos, que indicaban que no había materia orgánica. Finalmente, después de varios experimentos, un gran grupo de científicos concluyó que no había vida en Marte y el argumento principal era que no había material orgánico y que las pruebas positivas de experimentos se debían a la gran reactividad de los suelos marcianos por procesos fotoquímicos. La persona que diseñó el experimento de la respiración en Marte estuvo en total desacuerdo, afirmando que sí existió vida en Marte y que se requerían unas cuantas bacterias que podían dar esa respuesta, y que los equipos de espectrometría y cromatografía podían fallar.

Dado que los resultados no eran muy satisfactorios, disminuyó temporalmente el interés de buscar vida en Marte, y no fue sino hasta 1996, cuando apareció un reporte en la revista Science con cinco o seis evidencias de vida fósil en un meteorito marciano, que aunque no eran concluyentes, según los autores, podrían indicar, combinadas, que hubo vida en el pasado. Gracias a ese resultado, la NASA le volvió a dar mayor interés al planeta rojo.

Para las nuevas misiones que se planea desarrollar en esta década existe un interés prioritario de la NASA por encontrar un mejor ambiente análogo al de Marte en la Tierra, pero, ahora basado en los conocimientos que arrojaron los resultados de las naves Vikingo. Uno de esos lugares es el desierto de Atacama, en Chile. En este proyecto está involucrada la NASA, la Universidad de Louisiana y la UNAM, a través del Laboratorio de Química de Plasmas y Estudios Planetarios, a cargo del doctor Rafael Navarro-González del Instituto de Investigaciones Nucleares.

En conversación con El faro, el doctor Navarro explicó que Atacama es uno de los desiertos más viejos en la Tierra, con una edad de 15 millones de Ciudad Universitaria, noviembre 6 de 2003, Año III, Número 32 9 años, en donde se encuentran los depósitos más grandes de nitratos que existen en todo el mundo. “La existencia de esos nitratos sugiere que no hay agua líquida o no ha llovido en mucho tiempo, porque, si cayera un poco de agua, se podría disolver e ir al subsuelo, pero los nitratos están en forma superficial, se han venido formando a lo largo del tiempo y acumulado como depósitos de óxidos de nitrógeno.”

El desierto de Atacama está aislado en la zona este por la Cordillera de los Andes, que alcanza 6 kilómetros de altura, y en la oeste por la Cordillera de la Costa. Por otro lado, en el Océano Pacífico fluyen corrientes frías de la Antártida que no favorecen la evaporación y el transporte del agua hacia Atacama. Los análisis químicos del suelo en la parte más árida del desierto de Atacama -afirma Navarro- son sorprendentes, ya que prácticamente no se ha encontrado material orgánico y aquel presente, a niveles traza, está en alto grado de oxidación. La técnica implementada para estos estudios en el Laboratorio de Química de Plasmas y Estudios Planetarios de la UNAM fue idéntica a la utilizada por las naves Vikingo.

“Para detectar la presencia de vida se buscó ADN en el suelo y, asombrosamente, no se encontró nada. Los análisis microbiológicos fueron también extraordinarios, ya que no se encontraron bacterias heterótrofas que fueran cultivables en diferentes medios. Estudios químicos y microbiológicos descartaron que los suelos fueran tóxicos para el desarrollo de bacterias.” Adicionalmente se midió el potencial de oxidación del suelo del desierto y se encontraron valores muy altos, que indicaban la presencia de uno o más oxidantes. Para determinar el grado de reactividad de estos suelos se realizaron experimentos en los que se incubó suelo con diferentes nutrientes marcados con carbono 13, demostrando que la degradación de estas moléculas se debe a procesos puramente químicos y no biológicos.

Estos resultados, en forma global, demuestran que las propiedades de los suelos del desierto de Atacama son prácticamente similares a los encontrados por las misiones Vikingo en Marte. La naturaleza de los oxidantes en el suelo no ha sido identificada todavía, tal y como es el caso para Marte. Por lo tanto, se ha descubierto una zona en la Tierra que puede servir como un buen ambiente análogo al de Marte.

Esto es de gran interés para la NASA, ya que esta zona se convertirá en el área de pruebas para la preparación de las futuras misiones espaciales que irán en busca de vida pasada o presente en el planeta rojo. El doctor Navarro afirma que esta investigación les ha tomado tres años y que es un proyecto en el que se han invertido 5 millones de dólares por parte de la NASA, y que “es importante estudiar qué tan extensa es esta zona análoga a la de Marte, así como establecer procedimientos para evitar su contaminación”. Dada la importancia de los hallazgos del grupo integrado por el doctor Navarro, así como por científicos de la NASA y de la Universidad de Louisiana, la revista Science los reporta en su número del 7 de noviembre del 2003, al mismo tiempo que el El faro de la Coordinación de la Investigación Científica de la UNAM.

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