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Desenterrando sismos y tsunamis

Por Yassir Zárate Méndez – 

Eran poco más de las once y cuarto de la mañana, del miércoles 28 de marzo de 1787, cuando la tierra comenzó a sacudirse violentamente. Buena parte de la Nueva España sintió aquel terremoto, cuyo epicentro se estima estuvo ubicado en las costas del actual estado de Guerrero, cerca de San Marcos. Las crónicas refieren que duró más de cinco minutos y sus consecuencias fueron catastróficas. A ese evento se le conoce como el sismo de San Sixto.

Por ejemplo, en la ciudad de Oaxaca se vinieron abajo varios edificios, causando pánico entre los habitantes, mientras en la Ciudad de México también hubo graves daños. Además, en varios puntos de la costa del Pacífico el mar se retiró para volver con inusitada fuerza en forma de tsunami. Otras regiones del virreinato, sobre todo sitios cercanos a la costa, reportaron percances. 

El sismo fue conocido como San Sixto, en recuerdo del santo que se celebra ese día (Foto: Especial)

…el día del juicio y de confusión…

La edición del 1 de mayo de 1787 de la Gaceta de México incluye la siguiente crónica: “[… ] hubo un temblor de tierra que duró cinco minutos, y en el resto del día y de la noche, repitió como diez veces, se quebrantaron algunas partes del Palacio, el Cañón de la Diputación y otras varias casas, fue en miércoles. La señora virreina viuda del sr. Conde de Gálvez, que se hallaba en Palacio, se bajó por el jardín; la mayor parte de México se fueron al santuario de Nuestra Señora de Guadalupe y otras al Calvario, y los más de los principales de esta ciudad, se fueron a dormir al Paseo Nuevo y Alameda, y pueblos más cercanos; fue el día del juicio y de confusión, unos rezaban, otros corrían, otros se caían, y muchas mujeres dolíales de corazón”.

Un documento incluido en la correspondencia de los virreyes novohispanos, resguardada en el Archivo General de la Nación, resume así el fenómeno: “Temblor que se sintió en todas partes del reino (Nueva España), “[… ] a las once y cuarto de la mañana, con diferencia más o menos de algunos minutos, con la misma [diferencia] fue su duración hasta cerca de seis, los  movimientos fuertes, de norte a sur y tal vez de oriente a poniente”. A pesar de la frialdad del escueto reporte, se trasluce la gravedad del asunto.

Imagen: longitud estimada de la zona de ruptura que dio origen al sismo de 1787. (Gerardo Suárez 2009)

El desastre fue mayor en la ciudad de Oaxaca. Así lo consigna un testimonio: “Los montes retumbaban y desmoronaban […] Fue tal su duración y el temor de las gentes que creyó ser este el último día de su vida. Las torres de San Francisco cayeron al suelo y la misma suerte corrieron las de los otros edificios, maltratados ya en [exceso] por las sacudidas de los días anteriores”. Al igual que en la Ciudad de México, “Los vecinos se trasladaron a las plazas y al campo durmiendo en chozas de zacate, donde permanecieron cuarenta días  que duraron los terremotos..,”.

En una compilación efectuada en 1890, Manuel Martínez Gracida consignó que “En Veracruz, Puebla y México [se] sintieron los sacudimientos de los días 28, 29 y 30 de marzo, así como el del día 3 de abril. Estos movimientos se conocen en la historia oaxaqueña por Temblores de San Sixto por haber comenzado el día en que cae este santo”.

Manuel Martínez Gracida fue un estadista, historiador, escritor y científico oaxaqueño que vivió a finales del siglo XIX y principios del XX. El fuerte positivismo de la época lo llevó a recopilar una gran cantidad de datos empíricos relacionados con el estado de Oaxaca, principalmente, sobre geografía, historia, arqueología y antropología.

La magnitud del movimiento telúrico también ocasionó un tsunami, retratado de esta manera: “Refiere la historia, que en Acapulco con motivo de este terremoto, se vio correr el mar en retirada, y luego crecer y rebosar sobre el muelle, repitiéndose este fenómeno varias veces por espacio de 24 horas, al mismo tiempo que la tierra se cernía con frecuentes terremotos. En la playa abierta salieron de caja las aguas del mar, derramándose con fuerza y arrastrando entre sus ondas gran cantidad de ganado, que pereció”.

En otro punto del litoral sucedió que “Los pescadores de la albufera de Alotengo, que [se] encontraban en la Barra a las once de ese día, vieron con asombro que el mar se retiraba, dejando descubiertas, en más de una legua de extensión, tierras de diversos colores, peñascos y árboles submarinos, y que retrocediendo con la velocidad con que se había alejado, cubrió con sus ondas los bosques de las playas, entre las ramas, al volver a su caja, muchos y variados peces muertos. De estos pescadores, algunos perecieron y otros pudieron salvarse muy estropeados”.

Los numerosos registros incluidos aquí se encuentran en la monumental obra Los sismos en la historia de México, de Virginia García Acosta y Gerardo Suárez Reynoso, y dan cuenta del terror y conmoción que sufrieron los habitantes de buena parte del reino de la Nueva España. Los movimientos de tierra continuaron durante varios días, refiere un testimonio más: “hasta el día 3 de abril se habían sentido en Ometepec 35 terremotos…”. Aquello fue un enjambre, con importantes secuelas. Se estima que el sismo de San Sixto tuvo una magnitud superior a 8, con lo que muy probablemente sea el mayor terremoto en la historia del país.

Desenterrando sismos y tsunamis   

María Teresa Ramírez Herrera, investigadora del Instituto de Geografía de la UNAM.

Muchos años después, la Dra. María Teresa Ramírez Herrera, investigadora del Instituto de Geografía (IGg) de la UNAM, se ha dado a la tarea de rastrear las huellas dejadas por el tsunami ocasionado aquella mañana del miércoles 28 de marzo de 1787.  El sismo y tsunami de San Sixto ocurrió el 28 de marzo de 1787 y es considerado uno de los eventos sísmicos más grandes registrados en la historia.

Como ya vimos, este evento no fue un único sismo, sino una serie de ellos, siendo el más significativo el que se produjo en esa fecha. Posteriormente, el 3 de abril de 1787, hubo otro de magnitud 7.3, aunque no tan devastador como el primero.

El tsunami generado por el sismo del 28 de marzo fue notable; según los relatos históricos, alcanzó una altura de hasta 18 metros y penetró hasta 6 kilómetros tierra adentro en la costa de Oaxaca. Este fenómeno fue observado por la población, que notó primero el retiro del mar antes de que una gran ola regresara, refiere la Dra. Ramírez Herrera.

El impacto del tsunami fue extenso, afectando aproximadamente 500 kilómetros de costa, desde Guerrero hasta Chiapas, incluyendo Acapulco. En la zona de mayor impacto, se documentó que el agua inundó áreas significativas, lo que demuestra la magnitud del evento. Además, el sismo se sintió en lugares tan lejanos como la Ciudad de México y Veracruz, lo que subraya su gran intensidad.

Para evaluar el impacto del sismo y tsunami de San Sixto, se han utilizado varios métodos, como el análisis de documentos históricos, que permite revisar relatos y descripciones de eventos pasados, a fin de entender la magnitud y el impacto del fenómeno. De hecho, los investigadores han documentado la intensidad del evento a partir de estos relatos. En tanto, se recopilan y analizan datos geológicos que informan sobre la deformación de la costa y otros efectos físicos del sismo y tsunami. Esto incluye la identificación de capas de arena con características marinas, que indican la penetración del tsunami en tierra. Esto es como desenterrar ese sismo y el posterior tsunami, explica Ramírez Herrera.

De igual manera, se emplean modelos que simulan diferentes escenarios para correlacionar las descripciones históricas con la magnitud del evento. Por ejemplo, se utiliza la escala de Mercalli modificada para medir la intensidad del sismo. “En el caso particular del evento de San Sixto, la intensidad fue de ocho, que es un sismo muy fuerte y así fue como se derivó la magnitud”, explica la investigadora del IGg. 

Pero sin duda, la herramienta maestra es la paleosismología, es decir, el estudio de eventos sísmicos y tsunamis pasados, que permite descubrir hechos sin soporte documental y proporciona evidencia geológica sobre la ocurrencia de tsunamis. “A veces podemos documentar eventos que ni siquiera están en registros históricos; podemos ir a miles de años atrás. Encontramos la evidencia geológica, que en el tsunami de este caso son capas de arena que tienen una característica marina, es decir, es algo que vino del mar”, puntualiza la Dra. Ramírez Herrera.

Estos métodos combinados permiten una evaluación integral del impacto del sismo y tsunami de San Sixto, tanto en términos de daños como de la extensión de la inundación. “Utilizamos modelos llamados estocásticos, con lo que empleamos muchos escenarios para ver cuál es la magnitud que coincide con las descripciones hechas en los documentos históricos y con los datos geológicos”, agrega la universitaria.

La ciencia detrás de los sismos antiguos

Las técnicas modernas utilizadas para identificar el impacto del sismo y tsunami del 28 de marzo de 1787 incluyen varias disciplinas y herramientas avanzadas. En el caso de la paleosismología, los estudios geológicos incluyen análisis de microfósiles para determinar cómo se deformó la costa tras el evento, así como para establecer magnitudes del sismo y tsunami, como ya explicamos. La geoquímica ayuda a analizar las características marinas del sedimento, lo que proporciona información sobre el impacto del tsunami. 

Por otra parte, a partir de modelos cronológicos, se utilizan isótopos como el plomo-210 y el carbono-14 para datar los eventos y entender su secuencia temporal, mientras que con el LiDAR se pueden crear nubes de puntos que ayudan a reconstruir la topografía de la zona afectada, lo que es crucial para refinar modelos sobre la extensión del tsunami. A través del modelado de sismos se aplican recursos estocásticos para aproximar y determinar la magnitud del evento sísmico y la complejidad de la ruptura de la falla. Otra herramienta crucial es la microtomografía y análisis de ADN, que permite aplicar técnicas recientes —como la microtomografía y el análisis de ADN—, para extraer información de los microfósiles en el sedimento, lo que ayuda a entender mejor los efectos del tsunami.

Las fotografías que han llegado hasta nuestros días sobre el terremoto de 1931 nos muestran el aspecto desolador de una ciudad semiderruida.

“Cada vez vamos implementando más herramientas, como la microtomografía; esa es otra herramienta que utilizamos recientemente. Ahora utilizamos ADN, que nos ayuda a reconocer todos estos microfósiles que se rompen o de los que solo queda la señal genética; aunque son micro, están rotos, se abrasionan con la energía del tsunami. En una colaboración con el Museo de Ciencias Naturales de Londres estamos utilizando ADN para extraer la señal de estos microfósiles en el sedimento”, explica la investigadora. Estas herramientas y técnicas permiten a los investigadores obtener una comprensión más profunda de los eventos sísmicos y sus consecuencias, integrando conocimientos de diversas disciplinas como la geología, biología, geofísica y arqueología, entre otras.

Qué hacer en caso de tsunami

La educación juega un papel crucial en la resiliencia de las comunidades costeras frente a eventos sísmicos. La generación de conocimiento sobre la posibilidad de que ocurran terremotos y tsunamis es fundamental; esto implica establecer programas de educación y prevención, así como sistemas de alerta, esenciales para preparar a la población ante estos eventos.

Además, las comunidades costeras han solicitado charlas educativas para saber cuáles acciones deben tomar en caso de un sismo o de un tsunami. Esto indica que una población educada, que comprende cómo prevenirse y actuar ante emergencias, es más resiliente y capaz de manejar situaciones de crisis por sí misma.

En resumen, la educación no solo proporciona información sobre los riesgos, sino que también empodera a las comunidades para que puedan responder de manera efectiva ante desastres naturales. Y allí entra el conocimiento científico generado por investigadores como la Dra. María Teresa Ramírez Herrera.

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