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El sustento de la vida

Se requieren de 100 a 400 años para formar un centímetro de suelo. Y como pasa con el agua y el aire, también lo estamos acabando. Los tres elementos forman una simbiosis en la que ninguno puede sobrevivir sin los demás.

por: José Antonio Alonso García

“El suelo está muy mal, muy descuidado. Hay muy poca conciencia sobre la importancia que tiene en nuestra vida cotidiana, aunque es el soporte y sustento de toda la vida”, recalca Christina Siebe, doctora en ciencias agrícolas por la Universidad de Hohenheim, Alemania, e investigadora del Instituto de Geología.

A pesar de la adversa situación que describe, está contenta porque la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) declaró a 2015 como el Año Internacional de los Suelos, con el objetivo de “aumentar la concienciación y la comprensión de la importancia del suelo para la seguridad alimentaria y las funciones ecosistémicas esenciales”.

Entre agua, aire y tierra, ¿cuál está peor?

Sin duda alguna, el que está más abandonado es la tierra, el suelo. La sociedad ya ha creado conciencia de la importancia del agua. Todos los medios destacan que se acaba, que debe tratarse y dejarla limpia, que es un recurso no renovable, que cuesta mucho dinero traerla a las ciudades. Lo mismo pasa con el aire y la contaminación ambiental; la sociedad ya tiene asimilada su importancia.

¿No hay, entonces, una conciencia urbana del suelo?

En el evento que organizamos para celebrar el Año Internacional de los Suelos preguntaba a los que llegaban a nuestro stand si tenían jardín o patio. Muchos sí tenían patio, pero la mayoría reconocía: “Yo le eché cemento, porque la tierra es muy sucia”. Es mínima la conciencia que los habitantes de la ciudad tienen de la importancia del suelo.

El contacto del habitante urbano con la tierra-suelo parece limitarse a las macetas o las jardineras de la calle.

Los que hacen planificación de áreas verdes en la ciudad parecen tener poca idea de qué es el suelo en cada sitio de la ciudad. Basta ver qué tipo de especies están plantando, por ejemplo, en las zonas cercanas al aeropuerto, en camellones de Iztapalapa o en Ciudad Neza. Son suelos formados a partir de sedimentos lacustres que contienen mucha sal. Se acarrea suelo de los alrededores del valle de México para rellenar los camellones, y el lugar de donde lo sacaron lo dejan deteriorado, empobrecido y destrozado. El Parque Bicentenario, por ejemplo, lo rellenaron con suelos extraídos de la Sierra del Chichinautzin, donde dejaron un espacio expoliado de sus recursos naturales.

¿Por qué se descuida tanto este recurso?

Porque la gente no lo estima, como sí lo hace con el agua y el aire. Pocos saben que el suelo funciona como regulador del ciclo hidrológico, porque filtra y retiene el agua de lluvia. Pero cuando se recubre con pavimento y concreto, el agua escurre hacia las partes bajas y las inunda. El suelo, mientras se mantenga vivo, es un pequeño reactor, en el que se mete agua con materiales disueltos o en suspensión y él solito se encarga de filtrarla, purificarla y retenerla.

El suelo también combate la contaminación ambiental.

Aquí en el D. F. la calidad del aire en época de secas, registrada en el imeca (índice metropolitano de la calidad del aire), está determinada por la concentración de partículas suspendidas, provenientes, la mayoría, de las zonas agrícolas periurbanas o del ex lago de Texcoco. Pero los cambios bruscos de temperatura forman tolvaneras que saturan el ambiente de estas partículas contaminantes.

El imeca lo determinan varios contaminantes, entre ellos las partículas suspendidas (menores a 10 micrómetros), ozono, dióxido de azufre, dióxido de nitrógeno y monóxido de carbono. El que rebasa la norma determina la cifra del imeca. En época de secas, el indicador que con mayor frecuencia rebasa el umbral son las partículas suspendidas, provocando así la contingencia ambiental.

Mientras más cubierta vegetal contenga el suelo, más dióxido de carbono absorberán las plantas y los árboles para realizar sus procesos de fotosíntesis y, por consecuencia, emitirán más oxígeno al ambiente. A más vegetación, más oxígeno y mejor calidad del aire que respiramos.

La ciudad de México no se distingue, precisamente, por ser verde. ¿De cuánto suelo verde dispone cada uno de sus habitantes?

El área verde por persona es de cerca de 5.3 m2, cuando los estándares internacionales recomendados para mantener la buena calidad de vida en las ciudades son de por lo menos 9 m2 de áreas verdes, por habitante, de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud. (Para ser precisa en las cifras, la doctora Siebe consulta la página electrónica de la Secretaría de Medio Ambiente del gobierno del Distrito Federal).

Las cifras varían enormemente de una delegación a otra. Mientras en Iztapalapa se considera que hay 2.8 m2 de zona arbolada por habitante, en Coyoacán se elevan a 24.1. Otro caso extremo es el de Iztacalco, que cuenta con 3 m2, mientras que en la delegación Álvaro Obregón alcanza a 23.1 por persona.

¿Qué programas urbanísticos se aplican para mejorar estas deficiencias?

La lucha de las autoridades es que se mantenga el suelo de conservación, que cada propietario no venda su predio para urbanizar más. Al menos en el D.F. están logrando que no se fraccione tanto. La mancha urbana está creciendo hacia los municipios del Estado de México, donde sí se dan muchos permisos para edificar. Se constata al ir hacia Pachuca o el noroccidente, hacia Villa del Carbón, Progreso Industrial, Atizapán y todos esos municipios.

Su principal línea de investigación es el uso y reúso del agua residual en el riego agrícola. ¿Está bien aprovechado este recurso?

Reusar el agua es un tema importante desde el punto de vista de la sostenibilidad y de su disponibilidad para el abastecimiento humano. En México, el 80% del agua de buena calidad se destina a la agricultura. Por otro lado, cada vez hay más gente que vive en las ciudades y requiere más agua para su consumo, lo que genera una mayor cantidad de aguas residuales. Tratarla es muy caro; incluso con las plantas tradicionales no se logra un tratamiento suficientemente bueno para luego descargar a los ríos.

El D.F. tiene un sistema de drenaje que envía el agua residual a los vecinos, a quienes se les ocurrió usarla para riego, lo cual es muy sensato. El Valle del Mezquital, en Hidalgo, en los años 50 y 60 era una de las regiones más pobres de México; sin embargo, esta agua rica en nutrientes les aporta lo que sus campos de cultivo necesitan, con lo que han logrado una agricultura próspera.

Reusar el agua negra para riego agrícola es una manera eficiente de manejar el recurso. Porque al suelo se le puede dar agua de una calidad sustancialmente menor que la potable y él se encarga de filtrar, usar y reciclar los nutrientes.

Debemos cuidar este sistema. Esos suelos tienen muy buenas propiedades para inmovilizar los contaminantes y aprovechar los nutrientes. Sí han acumulado algunos contaminantes, pero en formas no tan disponibles para los cultivos. No obstante, el agricultor debe seleccionar bien los cultivos para que no incremente el riesgo de diseminar organismos patógenos a través de la cadena trófica. Esto significa que no se siembren cultivos que se consuman crudos o que estén en contacto directo con el agua de riego. La alfalfa y el maíz que se cosechan en el Valle del Mezquital regadas con las aguas negras del D.F. no contienen cantidades de metales pesados que rebasen las normas internacionales. 

¿Está controlado ese sistema?

El problema principal es que esas aguas contienen organismos patógenos y estar en contacto con ella puede ocasionar cólera o alguna otra enfermedad gastrointestinal. Un colega del Instituto de Salud Pública hace 20 años realizó un estudio epidemiológico para analizar la incidencia de enfermedades gastrointestinales en el Valle del Mezquital entre las comunidades que riegan con agua residual y las que tienen cultivos de temporal. Y comprobó que no había diferencias en amibiasis, giardiasis y otras infecciones gastrointestinales entre la zona de temporal y la regada con agua negra. En la primera se debía a que los agricultores vivían en peores condiciones de higiene. La mayoría no tenía excusado, por lo que había defecación al aire libre a la vuelta de la casa. En consecuencia, la fuente de contaminación era la misma que donde se regaba con agua negra. Sí advirtió diferencias en ascariasis, es decir, infecciones provocadas por huevecillos de helmintos que al formar quistes permanecen viables más tiempo, tanto en el agua negra como en los suelos regados.

¿La nueva planta de tratamiento de aguas negras ayudará a solucionar estos problemas?

Supuestamente entra en operación a finales de este año. Nunca había habido ninguna en esta zona. El suelo ha funcionado como “planta de tratamiento”. Hace 25 años, cuando empecé este estudio me decía: “¡Qué asco! ¡Esto es una catástrofe!”. Lo mismo que mi colega de Salud Pública. Él trabajaba temas epidemiológicos y nos reuníamos de vez en cuando a platicar. Y mientras más investigábamos nos dábamos cuenta de que el sistema, en realidad, tenía una gran capacidad de amortiguación. Los problemas de salud tienen mucho más que ver con los hábitos de higiene. Si las personas tienen más cuidado lavándose las manos, lavando los alimentos y desinfectándolos, pueden eventualmente manejar el riesgo.

Hay ciertas cosas que sí aumentan o cambian, pero no al grado de poner en riesgo a las personas o la calidad del cultivo. Ha habido más efectos positivos que negativos. Tanto, que el agricultor está empezando a decir: “No quiero que cambien el agua, porque si lo hacen tendré que usar fertilizantes químicos, más caros y peligrosos”. El sistema es capaz de aprovechar mucho mejor el nitrógeno contenido en el agua residual y convertirlo en biomasa.

El suelo es realmente un buen reactor. Es mucho más noble que cualquier planta de tratamiento. La planta realiza dos o tres procesos, pero en un suelo interactúan quince procesos a la vez. 

Desde el punto de vista edafológico, ¿cuál ha sido uno de los resultados más positivos?

Los suelos del Valle del Mezquital han incrementado su contenido de materia orgánica. Y como consecuencia, su productividad. Producen más biomasa porque van acumulando las raíces y rastrojos de las cosechas. En paralelo, también ha aumentado la actividad biológica, es decir, el número de bacterias benéficas que viven en el suelo, que son las que se encargan de descomponer los residuos orgánicos.

¿Está muy contaminado ese suelo con productos químicos que acarrea el agua residual?

A lo largo de los años los metales pesados se van acumulando en el suelo, pero su capacidad de filtrar y retener contaminantes también ha ido en aumento. Sin embargo, la cantidad de metal disponible para la planta aumenta en una proporción mucho menor.

En años recientes también hemos estudiado la presencia de fármacos, especialmente desinflamatorios y antibióticos. Por estos últimos hay mucha preocupación, porque en bajas concentraciones fomentan la resistencia de las bacterias. Es importante investigar qué efecto tiene la presencia de dosis subinhibitorias de antibióticos sobre la diseminación de resistencia a los mismos en el ambiente. 

¿Cuál sería la mejor forma de celebrar el Año Internacional del Suelo?

Si consideramos que se requieren de 100 a 400 años para formar un centímetro de suelo, resulta imperativo que todos reflexionemos sobre la pertinencia de cuidar este recurso, como ya lo hacemos con el agua y el aire, los otros dos sustentos de la vida.

 

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