Irène Joliot-Curie, una tradición familiar en el Nobel

El apellido Curie es uno de los más galardonados con el Premio Nobel. Tres integrantes de esta familia lo recibieron en distintas oportunidades, por sus investigaciones en el campo de la radiactividad.
Hace 80 años, en 1935, Irène Joliot-Curie obtuvo el Premio Nobel de Química “en reconocimiento a su síntesis de nuevos elementos radiactivos”. El galardón lo recibió junto con su esposo, Frédéric Joliot, con quien se había casado en 1926. Irène era la segunda Curie en recibir un Nobel. Su madre, Marie, Skłodowska de soltera en su natal Polonia, había obtenido sendos reconocimientos en 1903 y en 1911, en las ramas de física y química, respectivamente.
Una niña poco común
Los trabajos emprendidos por Irène se encontraban estrechamente vinculados con las investigaciones realizadas por sus dos famosos padres en torno a la radiactividad, término acuñado por Marie Curie para describir el fenómeno que había descubierto.
Pero lo cierto es que su hija mayor poseía una inteligencia poco común, tanta que no había escuela que estuviera a su altura. Por esta razón, los Curie, junto con otros científicos de élite, establecieron una primaria en la que ellos fungieron como profesores de sus propios hijos.
El experimento se conoció como La Cooperativa, y en ella impartían clase la propia Marie, junto con Paul Langevin y Jean Perrin. De ese singular plantel para niños superdotados, Irène pasó al Colegio de Sévigné, una escuela independiente localizada en el centro de la capital francesa, que fue el preámbulo para su matriculación en La Sorbona en octubre de 1914.
Una vez en la universidad, la hija mayor de los Curie siguió los pasos intelectuales de sus padres, al hacer estudios en física y matemáticas. Sin embargo, el estallido de la Primera Guerra Mundial unos meses antes de su ingreso a la universidad cambió el rumbo de su vida, como la de millones de personas más.
A partir de 1916, Irène se convirtió en asistente de su propia madre, realizando labores como enfermera radiológica, que a la larga traería serios problemas para la salud de ambas, ya que no tomaron las debidas precauciones para evitar los efectos nocivos de la radiactividad.
Durante los dos años que estuvo en servicio dio muestras de compasión y compromiso con los heridos; de hecho, se le concedió la Medalla Militar, creada años atrás por el emperador Napoleón III, para reconocer a quien se distinguía en el servicio de las armas.
De vuelta a La Sorbona
Una vez finalizada la también llamada Gran Guerra, Irène volvió a las aulas para concluir su preparación académica, de donde pasó al Instituto del Radio, para colaborar al lado de su madre, quien había fundado dicha institución.
En esta labor finalizó su tesis doctoral sobre los rayos alfa del polonio, un elemento descubierto por Marie Curie. La investigación fue defendida por Irène en 1925 en la Universidad de París.
Unos meses antes había conocido a Frédéric Joliot, quien había llegado al Instituto del Radio gracias a una beca y a instancia de su profesor Paul Langevin, con lo que cristalizaba un anhelo largamente acariciado: colaborar como técnico al lado de Marie Curie, ya para entonces una celebridad en el mundo de la ciencia.
A Irène le correspondió la tarea de “enseñarle las técnicas necesarias para trabajar con la radiactividad”. Se cimentaba así una de las relaciones más fecundas, que acabaría con el otorgamiento del Premio Nobel de Química.
La radiactividad
La página oficial de los Nobel (www.nobelprize.org) recoge que Irène Joliot-Curie “por su cuenta o en colaboración con su esposo, realizó importantes trabajos sobre la la radiactividad natural, la transmutación de los elementos y la física nuclear”. Como ya se mencionó, la tesis doctoral de Joliot-Curie versó sobre los rayos alfa del polonio, un elemento radiactivo descubierto a raíz de las investigaciones emprendidas por Antoine Henri Becquerel y los propios padres de Irène.
¿Pero qué es la radiactividad? El fenómeno fue descrito por primera vez por Becquerel al trabajar con sales de uranio, elemento que fue hallado por el alemán Martin Heinrich Klaproth en 1789, que lo separo de un mineral conocido como pechblenda; recibió el nombre de uranio debido a que recientemente se había descubierto el planeta Urano, lo que había impactado profundamente a la sociedad de la época. Sin embargo, durante siglo y medio, llamó poco la atención, a pesar de que “sus propiedades químicas eran muy diferentes a las de los elementos conocidos”, como consigna Silvia Bulbulian, en el libro titulado precisamente La radiactividad.
A finales del siglo XIX, en 1896, para ser precisos, Becquerel había descubierto, por accidente, “unos rayos desconocidos que provenían de una sal de uranio”, consigna Bulbulian. Las “emanaciones uránicas”, como las llamó Becquerel, atrajeron la atención del matrimonio Curie, que vieron una interesante veta de investigación, que serviría para que Marie concluyera la tesis doctoral en ciencias físicas.
Con muchos esfuerzos, los Curie trabajaron en un laboratorio improvisado, aunque la mayor carga la tuvo que soportar Marie, quien llegaba a manejar “hasta 20 kilogramos de materia prima”, que originalmente era pechblenda, pero al que fueron depurando hasta identificar, en 1896, un nuevo elemento: el polonio, llamado así en honor a la patria de Marie. Al seguir trabajando con los mismos materiales, dieron con el radio, “el elemento desconocido que era la fuente de las radiaciones misteriosas”, señala Bulbulian, quien agrega que “a la propiedad que poseen el radio y otros elementos inestables de emitir radiaciones espontáneamente al desintegrarse, Marie Curie le dio el nombre de radiactividad”.
Radiactividad artificial y Premio Nobel
Los trabajos emprendidos por el matrimonio Joliot-Curie se inscriben en un amplio espectro de la investigación que indagaba sobre la naturaleza y la composición de la materia.
Para ese momento, finales de la década de los veinte y principios de los treinta del siglo XX, se había afianzado el modelo nuclear del átomo propuesto por Ernest Rutherford, quien había pronosticado la existencia del neutrón, partícula que fue plenamente identificada por James Chadwick, del Laboratorio Cavendish, de Cambridge.
Afianzados en el Instituto del Radio, Fréderic e Irène se dieron a la tarea de bombardear “con partículas alfa una lámina delgada de aluminio y, para determinar la interacción de estas partículas con el aluminio, midieron la forma en que variaba la intensidad de la radiación en el otro lado de la hoja de aluminio. Su sorpresa fue grande cuando encontraron que aún después de interrumpir el bombardeo la placa de aluminio seguía emitiendo radiación”, reseña Silvia Bulbulian.
Con estos experimentos, los Joliot-Curie demostraron que la radiactividad se podía crear artificialmente, como dejaron constancia en el artículo “Production artificielle d’éléments radioactifs. Preuve chimique de la transmutation des éléments”. El hallazgo fue reconocido por la Academia de Ciencias de Suecia, que en 1935 otorgó el Premio Nobel de Química a la pareja de investigadores. Con esto, la familia Curie sumó su tercer galardón, para volverla una de las más exitosas.
Por Yassir Zárate Méndez



