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Mario Molina, un nombre para la posteridad


Por José Antonio Alonso García

En el Año de la Química nada mejor que platicar con el doctor Mario Molina, talentoso y esforzado investigador que más en alto ha puesto al país en los anales de la ciencia.
Cincuenta años de experiencia científico-química sucintas en una conversación agradable y de hechos dignos de admiración y emulación.

Mario Molina comenzó a ganar el Premio Nobel de Química antes de cumplir los diez años de edad, en un cuarto de baño de su casa. Como se usaba muy poco, se lo cedieron sus padres para que en ese "laboratorio" se entregara a su ilusión infantil divirtiéndose con varios juegos de química. Uno de los que más recuerda era un microscopio de juguete, a través del que descubrió un fascinante mundo lleno de ciencia, así como de los reactivos que compraba en la tlapalería para hacer experimentos. A estas agradables diversiones había llegado gracias a su interés por la ciencia "leyendo biografías de científicos, y también novelas de piratas, como cualquier niño", recuerda en entrevista para El faro en el Centro Mario Molina para Estudios Estratégicos sobre Energía y Medio Ambiente, A. C., ubicado en Cuajimalpa, Distrito Federal.

Se muestra sencillo, accesible y de fácil sonrisa. El espacio es moderno, elegante, muy luminoso. A su alrededor, varias decenas de jóvenes estudiantes indagan en sus computadoras portátiles sobre los secretos que aún esconde la naturaleza en temas de energía y medio ambiente. Están haciendo sus tesis de maestría o doctorado bajo la tutela del doctor Molina, o colaborando en proyectos específicos interinstitucionales.

En la Facultad de Química

A pesar de que desde la infancia le gustaban la física y las matemáticas, y de que la investigación científica era su verdadera pasión, el joven Mario Molina decidió estudiar ingeniería química en la Facultad de Química de la UNAM. "En aquel entonces [1960] había poca físicoquímica fundamental, por lo que la carrera lógica era ingeniería química. Y le atiné, porque en ingeniería química era donde más se mezclaban las matemáticas, la física y la química, así que pude seguir con mi interés de hacer ciencia a través de esta carrera", rememora cinco décadas después.

Mario Molina reconoce que era un joven hiperactivo. "En la Universidad organicé un grupo de amigos muy cercanos y montamos una pequeña empresa. Experimentando en el laboratorio, encontré una manera de hacer un catalizador que se usaba para fabricar hule espuma. Y en aquel entonces, si alguien producía algo en México, la frontera se cerraba a la importación de ese producto.

Y nosotros la cerramos –recuerda con emoción–. Se alebrestó la industria, pero pudimos vender muy bien mi invento. Fue todo un éxito, una experiencia industrial muy interesante basada en un proyecto de investigación universitario".

Los actuales alumnos de la UNAM tienen muchas más ventajas de las que tuvo el joven Molina, pues en aquel entonces "los maestros daban clases como voluntarios, porque no había prácticamente maestros de tiempo completo, todos eran industriales. A lo mejor daban matemáticas, pero no eran matemáticos. Así que tomé clases de matemáticas y de física en la Facultad de Ciencias, que estaba más orientada a la investigación, y también en el Instituto de Química, porque los profesores del IQ eran investigadores y algunos daban clases, aunque no en ingeniería química", confiesa este gran investigador.

Una tesis experimental

La única oportunidad que tenían entonces los alumnos de hacer investigación era cuando preparaban la tesis. Durante la carrera, el estudiante solamente realizaba los experimentos de rutina, pues no había grupos de investigación, excepto en el Instituto de Química, "así que tuve la suerte de poder hacer mi tesis de carrera en el IQ haciendo experimentos. Fue una tesis experimental. Aquel fue un tiempo formidable para mí, porque me llevaba muy bien con todos los profesores. A varios de ellos los he seguido viendo", rememora el Premio Nobel. Además de su convicción y esfuerzo personal, recuerda que su familia también fue un impulso importante, pues le dio libertad y lo apoyó en seguir este tipo de carrera. También le ayudó el ambiente familiar, porque su padre fue el primer doctor en leyes; después creó el Instituto de Derecho Comparado, especialidad académica que después se denominó Derecho Internacional. Alemania, Francia, México, Estados Unidos Concluida la licenciatura en ingeniería química, se fue a Alemania a hacer un posgrado. Confiesa que no le fue fácil, pues estaba bien entrenado en ingeniería química, pero andaba algo escaso en matemáticas y física, así como en varias áreas de física básica; por ejemplo, no conocía nada de la mecánica cuántica.

Pero le echó muchas ganas y, después de investigar durante casi dos años en cinética de polimerizaciones en la Universidad de Friburgo, tuvo el deseo de estudiar más temas básicos a fin de ampliar sus conocimientos y así poder explorar otras áreas científicas.

Decidió inscribirse en un programa de doctorado en Estados Unidos, porque su sistema académico era más flexible que en Alemania, donde se tenía muy poco acceso al profesor ilustre, al contrario que en Estados Unidos, donde había un contacto mucho más directo y, además, podía tomar más clases.

Concluida su estancia académica en Alemania, se fue a París, donde por varios meses se dedicó a estudiar matemáticas y a discutir con sus amigos sobre política, filosofía, arte o ciencia.

De regreso en México se desempeñó como profesor adjunto en la UNAM. "El año que estuve en México antes de ir a Estados Unidos empecé creando la maestría de ingeniería química, porque no había posgrado de ingeniería en aquel entonces, no había profesores que estuvieran dedicados a dar clases o hacer investigación", refiere el laureado científico.

Primeros mexicanos en Berkeley

Mario Molina y otros tres amigos, entre ellos Francisco Barnés de Castro, quien fue rector de la UNAM de 1997 a 1999, fueron los afortunados mexicanos aceptados por primera vez en Berkeley, en 1968. "¿Cómo lo logramos? Pues me acuerdo de que habían invitado a un profesor de físico-química de Berkeley a que viniera a visitar y diera clases en la UNAM. Este invitado se dio cuenta que en la Universidad sí había estudiantes de primera y por eso nos fue muy bien", recuerda el doctor Molina.

En la Universidad de California, en Berkeley, Mario Molina hizo el doctorado en ciencia muy fundamental: dinámica físico-química de reacciones elementales, bajo la tutela del profesor Pimentel, usando láseres químicos como herramienta para entender el funcionamiento de las reacciones. Pudo usar los novedosos láseres químicos gracias a que el profesor Pimentel los había descubierto unos años antes.

"Mis años en Berkeley fueron algunos de los mejores de mi vida", confiesa con satisfacción. En esta universidad tuvo la oportunidad de explorar muchas áreas y de involucrarse en una apasionante investigación científica en un ambiente intelectual muy estimulante. Por ejemplo, fue entonces cuando cayó en la cuenta de la importancia de la ciencia y la tecnología para la sociedad. Específicamente por el hecho de que en aquel entonces los láseres se usaban entre otras cosas para el desarrollo de armas y no solamente al servicio de la ciencia. En ese momento empezó a implicarse en un tipo de "investigación que fuera útil a la sociedad".

"Más cerca de un problema social"

Al terminar el doctorado en Berkeley, comenzó un posdoctorado bajo la tutela del profesor Sherwood Rowland, en otro campus de la Universidad de California, en Irvine. "Porque Sherry estaba trabajando en el mismo tipo de preguntas de dinámicas de
reacciones químicas, pero con otro método. Decidimos seguir usando química fundamental, pero más cerca de una aplicación a un problema de la sociedad", especifica.

Los dos científicos eligieron el tema de los CFC (clorofluorocarbonos), novedosos productos químicos industriales que se estaban acumulando en la atmósfera, y que se pensaba que no tenían ningún efecto dañino al medio ambiente.

Descubrieron, sin embargo, que afectaban a la capa de ozono.

"Acordamos no solamente seguir haciendo ciencia, sino que tomamos la decisión de comunicar el asunto a los tomadores de decisiones del gobierno y a los medios, para que se resolviera el problema –explica–.Afortunadamente, nos apoyó la comunidad académica, aunque al principio no toda".

Los inicios fueron difíciles, porque la industria y los fabricantes de estos productos, muy afectados económicamente, rechazaban la hipótesis. Pero Rowland y Molina ya habían llevado el problema a las Naciones Unidas. Su gran esfuerzo cristalizó
tiempo después, y se pudo plasmar en un acuerdo internacional para la total prohibición a partir de 1996 de la producción de clorofluorocarbonos, usados como refrigerantes en aerosoles y como solventes. "Fueron más de dos décadas de duro esfuerzo", de 1974 a
1996. Y el Premio Nobel de Química llegó un año antes, en 1995.

Centro Mario Molina para Estudios Estratégicos sobre Energía y Medio Ambiente, A. C.

"Después del Premio Nobel me preocupé por la responsabilidad social una temporada su grupo de investigación, ya que tenía estudiantes que estaban terminando el doctorado.

Después dejó el Massachusetts Institute of Technology, entidad a la que se había incorporado en 1989, porque viajar tanto a Boston era muy complicado. Siguió con las puertas abiertas en el medio académico en Estados Unidos como profesor en la Universidad de California en San Diego, pero ya sin tener un grupo activo de laboratorio.

En la actualidad es asesor del presidente Barack Obama y de la presidencia de la República, "aunque no hay una posición tan formal como allá"; una labor similar cumple en diversas secretarías de Estado y empresas paraestatales, como SENER, SEMARNAT, PEMEX, CFE.

Hoy, en su Centro, está trabajando en proyectos de calidad del aire y desarrollo sustentable; por ejemplo, organiza grupos interesados en programas integrales de urbanismo.

El Centro Mario Molina es un espacio abierto que mantiene colaboración con investigadores de otras universidades e institutos, entre ellas la UNAM, "donde tengo muy buenas relaciones", además de tenerlas con dependencias de los gobiernos federal, estatales y locales sobre temas relacionados con la energía y el desarrollo sustentable. de los científicos y me di cuenta de que podía tener más impacto influyendo en políticas públicas que continuando solamente con investigación científica. Ya tenía un proyecto con nuestro país referente a la calidad del aire en el Valle de México, proyecto que sí funcionó y pudimos contribuir a que bajara la contaminación en aquel momento.

Fue entonces cuando tomé la decisión de abrir un centro para pasar mucho más tiempo en México, para hacer ya no investigación de laboratorio sino proyectos conectados con el medio ambiente y con energía", explica Mario Molina.

Después de tomar esta decisión mantuvo en Estados Unidos durante una temporada su grupo de investigación, ya que tenía estudiantes que estaban terminando el doctorado. Después dejó el Massachusetts Institute of Technology, entidad a la que se había incorporado en 1989, porque viajar tanto a Boston era muy complicado. Siguió con las puertas abiertas en el medio académico en Estados Unidos como profesor en la Universidad de California en San Diego, pero ya sin tener un grupo activo de laboratorio.

En la actualidad es asesor del presidente Barack Obama y de la presidencia de la República, "aunque no hay una posición tan formal como allá"; una labor similar cumple en diversas secretarías de Estado y empresas paraestatales, como SENER, SEMARNAT, PEMEX, CFE. Hoy, en su Centro, está trabajando en proyectos de calidad del aire y desarrollo sustentable; por ejemplo, organiza grupos interesados en programas integrales de urbanismo.

El Centro Mario Molina es un espacio abierto que mantiene colaboración con investigadores de otras universidades e institutos, entre ellas la UNAM, "donde tengo muy buenas relaciones", además de tenerlas con dependencias de los gobiernos federal, estatales y locales sobre temas relacionados con la energía y el desarrollo sustentable.

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