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Rafael Navarro, astrobiólogo. Del Pico de Orizaba a Marte

Los orígenes de la vida y las condiciones en que esta surge han sido dos de los intereses que han guiado el trabajo de este asiduo colaborador de la Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio, la agencia estadounidense que ha marcado la ruta de la exploración espacial.

Afortunadamente, la NASA valoró a tiempo el hallazgo de este científico que demostraba que la interpretación de los análisis de las naves Vikingo del suelo marciano había sido errónea.

navarroEl desierto chileno de Atacama se parece tanto a la superficie de Marte que hasta allá se desplazó un equipo de más de 50 científicos de la Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio de Estados Unidos, que tenían la tarea de buscar una zona con condiciones lo más semejantes a las del Planeta Rojo, y donde pudieran desarrollar experimentos para comprobar si puede haber vida en tales ambientes. Entre ellos estaba el doctor Rafael Navarro González, del Instituto de Ciencias Nucleares (ICN) de la UNAM, a quien el Chicago Tribune ha calificado de “rareza mexicana”.

Años antes, en el Pico de Orizaba, que es el sitio del planeta donde crece el bosque a mayor altitud, Rafael Navarro había usado una técnica para analizar muestras del suelo que le había dado muy buenos resultados. “Monté una técnica en mi laboratorio de pirólisis del ICN con la que calenté suelo del bosque para que se liberaran gases y después los analicé. Resulta que la técnica para ver lo de Orizaba era muy similar a la que había usado la NASA en los años setenta en una misión a Marte con las naves Vikingo. Entonces, Christopher McKay, coordinador del proyecto, me dijo: Esta técnica la podemos usar en Atacama”.

Tuvo la suerte este investigador del ICN, tras varios años de paciente búsqueda, de encontrar en ese desierto chileno el lugar más parecido a la superficie marciana. Tomó muestras del suelo y, repitiendo la técnica de Orizaba, hizo un descubrimiento cuyos resultados publicó en la revista Science, y a la luz de los cuales la NASA se vio obligada a reconsiderar su negativa, por problemas de presupuesto en 2007, a que el rover Curiosity llevara a Marte un complejo laboratorio diseñado por el equipo de investigación franco-estadounidense del que forma parte Navarro.

 

El poder de la observación

“Desde muy niño estaba interesado en cuestiones de evolución y origen de la vida”, rememora su infancia este científico nacido en 1959, ahora de cabello blanquísimo. En aquellos años se preguntaba cómo había podido surgir y si habría vida fuera de la Tierra. Esas inquietudes no eran por influencia familiar, pues sus papás tenían una ferretería, aunque matiza al decir que tal vez fuera un asunto de genes, “porque cuatro de los cinco hermanos nos dedicamos ahora a las ciencias biológicas”.

Su pasión era la observación. Le intrigaba cómo funcionaban sus juguetes. Juguete jugado, juguete desarmado. “En muchas ocasiones no logré rehacerlos. Más bien los descomponía. Pero mi objetivo no era malo, sino ver cómo funcionaban internamente”, explica con una amplia sonrisa. Además de indagar en los mecanismos, también le encantaba admirar animales o plantas, principalmente peces, cuyo movimiento lo extasiaba. Muy influenciado por los documentales de Jacques Cousteau, recuerda que pensó en ser biólogo marino.

Al iniciar secundaria empezó a leer libros sencillos sobre el origen de la vida, y durante ese mismo ciclo escolar se anticipó a la lectura y estudio de los textos de biología de preparatoria. La lectura de una monografía sobre Alexander Oparin lo entusiasmó muchísimo. Después de leer todo lo que encontró sobre este científico soviético, se enteró de que iba a venir a México a dar conferencias en Ciudad Universitaria, en la Facultad de Ciencias. “Acudí inmediatamente y escuché algunas de sus pláticas, que me sirvieron mucho”.

 

Rafael_navarro4Viajes a las bibliotecas

Como ya tenía un criterio más amplio para entender la ciencia, terminando las clases de prepa se iba a la biblioteca de la Facultad de Ciencias y del Instituto de Biología a buscar revistas científicas, como Science o Nature, a leer artículos, como el clásico de Stanley Miller, en el que describía la manera en que simuló en su laboratorio las condiciones de la Tierra primitiva poniendo en un reactor gases que se creía que eran los componentes de la atmósfera primitiva: metano, amoniaco, hidrógeno y agua, y una semana después de pasar una chispa eléctrica en el reactor se producían aminoácidos.

Después de leer la descripción de este experimento le comentó a su maestro de biología que quería hacerlo en el laboratorio escolar. “Él me respondió: ‘Vamos a ver qué se requiere’. Inclusive se puso de acuerdo con el maestro de física, aunque era rara la interacción entre profesores de diferentes materias. Hablaron entre los dos y concluyeron que se les hacía muy peligroso, pues al pasar una chispa en metano cualquier pequeña fuga podría generar una explosión”.

Quería estudiar una carrera de ciencias, pero no sabía cuál, porque para entender el origen de la vida tenía que ser biólogo, pero también se requiere química para comprender los procesos químicos vitales. “En aquel momento vi esas dos alternativas, pero la química estaba muy enfocada a la síntesis, a la farmacología, a procesos industriales y no había mucho interés en aspectos como el origen de la vida”.

Decidió, entonces, estudiar biología, pero de inmediato se dio cuenta de que las herramientas de biología eran muy simples para entender profundamente el tema que le interesaba. En aquel momento no se podían tomar las optativas de la Facultad de Ciencias en la de Química, porque no había esa facilidad de moverse entre escuelas como ahora, así que tomó de oyente todas las químicas orgánicas en esta Facultad, aunque no le contaron nunca en su historial académico.

 

Osadía de novato

Cuando cursaba la licenciatura, varios científicos famosos acudieron a la UNAM a dar conferencias. Así conoció a Cyril Ponnamperuma, eminente astrobiólogo estudioso del origen de la vida, a quien Navarro le comentó directamente que le gustaría ir a estudiar a Estados Unidos. Pensando que ya era graduado le dijo: “Pues vente a mi laboratorio en Maryland”. Sin embargo, al conocer que apenas estaba en el primer semestre de la licenciatura, lo animó: “Vamos a esperar un poquito, termina y ya después te vas”. Terminó y se fue con él. Había enviado solicitudes a otros lugares de Canadá y Estados Unidos, pero Maryland fue la mejor oferta y no la desaprovechó.

Antes de irse, Navarro tuvo oportunidad de colaborar con un grupo de científicos de Yugoslavia que trabajaba en el entonces Centro de Estudios Nucleares (ahora ICN). Era 1985 y al siguiente año regresaba el enigmático cometa Halley, objeto de estudio de los yugoslavos. Al joven biólogo le tocó participar en la simulación de una solución en ácidos carboxílicos irradiada con rayos gamma para recrear el efecto de evolución, “porque en aquel momento se pensaba que el Sistema Solar se había formado por el colapso de una nube de gas y polvo, fenómeno inducido por una supernova, la cual había inyectado elementos radioactivos en concentraciones importantes que decaían rápidamente en elementos más ligeros, produciendo calor. Eso quería decir que en un cometa, que está formado por hielo a bajas temperaturas, ese calor fundiría su núcleo, por lo que tendría agua líquida y habría estado expuesta a la radiación ionizante”, explica el investigador.

En el laboratorio de la UNAM, el equipo yugoslavo descubrió una gran cantidad de compuestos orgánicos de interés que podrían ayudar a entender lo que se encontrara con el cometa Halley. Sin embargo, el avistamiento no fue tan impactante como se esperaba, porque no traía una cola tan grande, además de que se apreció mejor en el hemisferio sur.

 

Rafael_navarro3Entre privilegiados

En esa época Navarro se fue a Estados Unidos, a iniciar su doctorado. Allá empezó a “trabajar un poco más formal” en el laboratorio del doctor Cyril Ponnamperuma, quien fue uno de los científicos más importantes que estudió el origen de la vida. “Era un grupo multidisciplinario muy capaz, en el que tuve el privilegio de ser admitido. Y nunca me imaginé que yo iba a ser el último estudiante de doctorado de Ponnamperuma [falleció en 1995]. Sus alumnos eran de todo el mundo. Fue para mí un privilegio. En su laboratorio, muy grande y muy famoso, logré recrear las condiciones de la Tierra primitiva y hacer esos experimentos que imaginaba en la secundaria y la preparatoria. Simulaba la atmósfera de la Tierra primitiva, pasaba descargas y veía qué compuestos orgánicos se formaban”.

Filósofo de origen y muy hábil para la comunicación, Ponnamperuma también cursó una licenciatura en química en Londres con un investigador muy famoso y concluida esta se decantó por el tema del origen de la vida. El trabajo lo fue encumbrando hasta ser nombrado director de un centro de la NASA en California sobre astrobiología, y después se mudó a Maryland, donde estableció uno de los laboratorios más importantes del mundo sobre exploración espacial. Ponnamperuma fue el primer investigador que estudió el polvo lunar que trajo el Apolo XI y participó en las misiones Vikingo, Voyager y otras que han explorado el Sistema Solar.

Él invitó a Navarro a trabajar en su laboratorio, donde este simulaba la atmósfera de la Tierra primitiva. Su objetivo era ver cómo el ácido cianhídrico, una molécula orgánica muy sencilla, compuesta por tres elementos que conforman a los seres vivos (hidrógeno, carbono y nitrógeno), disuelta en agua puede generar prácticamente todos los ingredientes que requiere la vida: aminoácidos, purinas, pirimidinas y ácidos carboxílicos.

 

NasaEvaluado por la NASA

Ese fue el trabajo de tesis doctoral, que desarrolló prácticamente en cuatro años de investigación, porque se fué de la licenciatura de México directamente al doctorado en Estados Unidos. Tradicionalmente, se tiene que estudiar la maestría y luego el doctorado, pero él entró directo. Ponían a prueba a los candidatos y cuando veían que alguien no tenía la capacidad le recomendaban estudiar la maestría. Pero quien podía, se iba directo al doctorado y le daban el título sin haber pasado por la maestría.

Los trabajos de investigación de Navarro formaban parte de varios proyectos apoyados por la NASA, y eso era importante porque los científicos de esa institución evaluaban a cada integrante y a todo el equipo. “Desde aquellos momentos siempre estuve en paneles de evaluación de la NASA, conocían bien mi trabajo y se expresaban positivamente de la calidad y los conocimientos que tenía para desarrollar las investigaciones”.

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Por José Antonio Alonso García

(continuará)

 

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