Semillatón, un logro universitario
Pocas acciones causan más satisfacción a un profesionista que poder retribuir el conocimiento adquirido. En esa ruta camina “Semillatón, acompañando a la Sierra Tarahumara”, un proyecto que aspira a conservar la variedad de razas de maíz de aquella región chihuahuense y con ello ayudar a los indígenas rarámuris.
Desde hace más de treinta años, la pareja de investigadores del Instituto de Biología de la UNAM (IB), Edelmira Linares y Robert Bye, ha realizado trabajo de campo en la Sierra Tarahumara.
A lo largo de ese tiempo, los dos científicos universitarios han acumulado un vasto conocimiento etnobotánico, contando con la confianza y la simpatía de colaboradores indígenas, quienes han compartido una experiencia acumulada por generaciones.
Tiempo de secas
La Sierra Tarahumara se ubica en la porción suroeste del estado de Chihuahua. Forma parte de un sistema montañoso que atraviesa de norte a sur la Sierra Madre Occidental. En total abarca 23 municipios, con una superficie de casi 76,000 kilómetros cuadrados, lo que equivale al territorio que ocupan Aguascalientes, Colima, el Distrito Federal, Morelos, Querétaro, Tlaxcala, Hidalgo y el Estado de México. El censo de 2010 indica que hay al menos 112,000 integrantes de este grupo originario, que se concentran en los municipios de Guachochi, Urique, Balleza, Guadalupe y Calvo, Batopilas, Carichí, Guazapares, Morelos, Guerrero y Uruachi, aunque en la Tarahumara también se registra la presencia de guarijíos y de pimas.
Si bien las sequías no son un fenómeno raro en la zona, entre 2010 y 2012 la ausencia de lluvias fue particularmente grave, lo que desembocó en una situación extrema. Incluso se llegó a decir que los indígenas se estaban suicidando por la falta de alimento.
Ese era el panorama que se vivía mientras Edelmira Linares y Robert Bye trabajaban en la zona. De pronto, la Sierra Tarahumara concentró la atención de la prensa, la opinión pública y la clase política.
“De un día para otro vimos que llegaron los medios, e incluso el gobernador del estado. Entonces nos preguntamos qué estaba pasando”, rememora la maestra Linares.
A pesar de que no se llegaron a confirmar las muertes, el gobierno del estado reconoció que la situación era grave. Por otro lado, Linares refiere que en la cultura rarámuri no se concibe la idea del suicidio.
“Ellos dicen que saben aguantar el hambre, porque siempre la han padecido, aunque también tienen métodos para conservar alimentos para los tiempos de escasez. Sería muy importante estudiar y aprender esas prácticas para llevarlas a otras comunidades”, refiere la investigadora.
El sustento que da la tierra
La principal actividad de los rarámuris es la agricultura, en la que basan su subsistencia, particularmente con el cultivo de maíz. Alrededor de la planta se organiza la mayor parte de la vida cotidiana y ceremonial de este grupo.
A diferencia de otros cereales, las múltiples variedades de Zea mays se adaptan a casi todos los climas y tipos de suelo, desde el valle hasta la montaña. Su ciclo es relativamente breve y las familias campesinas han desarrollado métodos sencillos para su almacenamiento, conservación y preparación.
Sin embargo, la prolongada sequía que afectaba al norte de México desde 2010, para enero de 2012 provocó una grave crisis agroalimentaria en la Sierra Tarahumara.
Y es que hubo una concomitancia de fenómenos adversos, que incluyeron heladas e inundaciones ocasionadas por las esporádicas lluvias, que eran torrenciales. A este panorama adverso se sumó el insuficiente apoyo al campo por parte del gobierno federal. El resultado fue que de las 150,000 toneladas de maíz que generalmente se producen en Chihuahua, solo se lograron 500 toneladas, lo que afectó a miles de familias serranas.
Se trataba de una situación de emergencia, aunque las medidas de apoyo y las muestras de solidaridad no se hicieron esperar. Las autoridades gubernamentales y muchos grupos civiles enviaron toneladas de ayuda humanitaria, incluyendo agua, azúcar, arroz, frijol y ropa, además de semillas de maíz.
Para los rarámuris, o “los de pies ligeros”, el envío de alimentos significaba una medida útil y necesaria, pero distaba mucho de ser una solución de fondo a un grave problema estructural.
Además, había una dificultad extra, ya que los granos remitidos eran del centro del país, y no estaban adaptados a las condiciones que imperan en la Tarahumara. Es el caso del fotoperiodo, al que son particularmente sensibles las plantas de esta gramínea.
Por lo tanto, era prioritario preservar semillas de razas de los maíces nativos de aquella región, ya que su pérdida dejaría a los rarámuris sin la posibilidad de ser autosuficientes en su alimentación.
Esta circunstancia echó a andar una iniciativa por parte de Robert Bye y Edelmira Linares, quienes en entrevista para El faro relataron cómo dieron forma al “Semillatón, acompañando a la Sierra Tarahumara”.
El “Semillatón”, iniciativa universitaria
De entrada, la maestra Linares confiesa que no tenían del todo claro las acciones que debían emprender, aunque recalca que “era fundamental unir esfuerzos y lograr el incremento de semillas nativas de diferentes razas de maíz, de una región que representa el cuarto centro de diversidad de maíces nativos de México”.
El primer paso que dieron los entusiastas científicos fue plantear la situación al director del Instituto de Biología, Víctor Sánchez-Cordero, quien sugirió recurrir a Fundación UNAM, entidad que dio muy buena acogida al proyecto, pero sobre todo al tener un gran prestigio garantizó la transparencia del proyecto y los donantes tuvieron la confianza para otorgar los fondos. Para ese momento ya habían cerrado las convocatorias para gestionar recursos en instituciones como la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad y el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología.
Para Edelmira Linares, se trataba de “un asunto de vida o muerte”. Si en 2012 continuaba la sequía y no se lograba una buena cosecha, se corría el riesgo de una pérdida inminente de las semillas nativas, de hambre y dependencia para los indígenas.
De acuerdo con la investigadora, los rarámuris guardan granos para tres años. Pero ya en 2010 habían tenido una pobre cosecha, y al año siguiente la situación empeoró. “Muchos de ellos ya no tenían maíz azul, ni rojo. Se iban prestando e intercambiando pero había muy poca semilla nativa”, relatan los investigadores.
Linares detalla que fue entonces que decidieron recolectar la mayor cantidad posible de grano: “El doctor Bye se fue de inmediato a la sierra en busca de maíz. Fue así que logró conseguir lo suficiente para cultivar once hectáreas”.
Una preocupación extra la representaba la sequía. “Era una incertidumbre, porque si lo sembrábamos en la sierra y no llovía, lo perdíamos”, relata la maestra Linares. Por esa razón buscaron zonas aledañas, que contaran con pozos profundos, tuvieran condiciones ecológicas similares y con la misma cantidad de luz, donde se pudieran dar riegos de emergencia.
En este tramo de la historia, los menonitas asentados en Chihuahua ofrecieron terrenos, pero debido a la cercanía de campos con semilla híbrida, Linares y Bye optaron por buscar otro sitio. Entonces hizo su aparición un agricultor, un campesino sensible que poseía terrenos alejados de siembras de maíz, lo que evitaría una eventual contaminación genética; además, contaba con riego en caso de que se presentara una contingencia por falta de lluvia.
Para completar el cuadro, se tenía que sembrar siguiendo los pasos que acostumbraban los indígenas, debido a que si ese grano se devolvía a la sierra, “no queríamos que tuviera ninguna modificación por el manejo que se le había dado. Entonces se cultivó tal y como ellos nos dijeron”, precisa la investigadora.
Último tramo
Pero una empresa de tal envergadura era demasiado para dos personas. Así que a través de especialistas como el doctor Rafael Ortega, de la Universidad Autónoma Chapingo, pudieron contactar a expertos como el maestro en ciencias Moisés García, del Instituto Nacional de Investigaciones Forestales, Agrícolas y Pecuarias (Inifap-Chihuahua), quien asesoró y supervisó la siembra.
Además, ya contaban con el respaldo de Fundación UNAM, amén del brindado por el IB. A ello se sumaron Slow Food-México, Expo-Restaurantes y Cultura Culinaria A.C., el Conservatorio de la Cultura Gastronómica Me-xicana y los chefs Alicia Gironella y Enrique Olvera, entre otros. De este modo, el 27 de junio de 2012 arrancó formalmente la campaña “Semillatón, acompañando a la Sierra Tarahumara”.
Como se adelantó líneas arriba, en 2012 el proyecto pudo cultivar 11 hectáreas, de donde se obtuvieron 26 toneladas de ocho razas diferentes de maíz. Con la confianza depositada en los investigadores universitarios, los rarámuris fueron a supervisar la siembra. Una cuadrilla llegó para quitar la espiga y otra fue a recolectar a mano, ya que no quisieron que se cosechara utilizando máquinas.
Después faltaba la inmensa tarea de repartir el grano en la sierra. La maestra Linares refiere que “esto nos sobrepasaba por mucho, pero pudimos contar con el apoyo de la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas, que tiene bajo su jurisdicción parte de la Sierra Tarahumara, y donde aplican un programa que se llama Maíz criollo”.
Con entusiasmo, Edelmira Linares agrega que “este proyecto fue una carrera constante. Lo que nosotros queríamos era cumplir y creemos que alrededor de 2,000 familias fueron beneficiadas, aunque todavía estamos haciendo el conteo, porque tenemos un altero de gente que recibió tres, cinco y hasta 20 kilos. Pero se requieren entre 11 y 15 kilos por hectárea. Había gente que no alcanza ni una hectárea e iba a sembrar menos, por lo que se les fue repartiendo de acuerdo a la superficie que poseen. Ahora se está haciendo la cuantificación más precisa de cuántas familias fueron beneficiadas”.
En agradecimiento por las acciones emprendidas a través del “Semillatón”, los campesinos obsequiaron al doctor Bye un arado con el que trabajan la tierra.
Con más de treinta años de labor en la Sierra Tarahumara, los investigadores consideran que como etnobotánicos recibieron mucho de los productores agrícolas, quienes les compartieron el uso de las plantas y qué aplicaciones tienen. De ahí que el “Semillatón” haya sido “una forma de devolver la amistad y cariño que los indígenas rarámuris nos han brindado”.
Gracias a la UNAM, a Fundación UNAM y al “Semillatón”, los rarámuris de la Sierra Tarahumara tienen el maíz que ellos quieren.
Por Patricia de la Peña Sobarzo



