Ser mejores: Tamara Rosenbaum

Cien años de universidad nacional y la mejor del ranking de las instituciones de educación superior de habla hispana son cualidades que confieren a la UNAM un halo de cierta preeminencia entre sus pares.
Recogiendo voces del tiempo y del momento, la de los más viejos y la de los más jóvenes, hemos querido ofrecer el testimonio de aquellos que han pasado la mayor parte de su vida en la UNAM, así como la de quienes recientemente han ingresado a la élite científica de esta centenaria institución. En esta ocasión entrevistamos a Tamara Rosenbaum, joven investigadora del Instituto de Fisiología Celular, para que nos contara sus vivencias a lo largo de las dos décadas que lleva en la UNAM como estudiante y después como científica. “En realidad, yo vivo desde los dos años en la UNAM”, aclara para empezar. “Mi papá [Marcos Rosenbaum] es físico y fue director fundador de lo que hoy es el Instituto de Ciencias Nucleares, para lo cual trabajó incansablemente durante veinte años. Así que desde niña me la pasaba acá. Siempre me ha sido muy común este ambiente. De hecho, era impensable que yo no estudiara en la mejor universidad del país”.
Donde se hace ciencia de calidad Así resume su proceso de elección universitaria esta dinámica y expresiva científica, y se enorgullece de poder afirmar que entró a la UNAM “por familia y por convicción”. Como muchos colegas, también ella difunde el sentir general de que la universidad nacional es algo que no se encuentra en ninguna otra parte de México, “ni probablemente en muchos otros países”; un lugar único en muchos aspectos: una mezcla de personas de todas partes de la República, de otros lugares del mundo, de diferentes clases sociales y de todas las formas de pensar. “Es el único centro del país donde hay ciencia, donde se mira a hacer ciencia de calidad, que tenga una proyección internacional”, apunta.
“¿Qué clase de persona sería yo si no tuviera ninguna sugerencia para la universidad?”
Tanto cariño por la institución la anima también a exponer su punto de vista respecto a lo que ella siente que puede hacer la universidad para que del número 74 a nivel internacional pase a ocupar, por ejemplo, el número 1. Apunta que la universidad “requiere una autocrítica un poco más fuerte y valiente. Que nadie tenga miedo en decir: ‘Yo creo que podemos ser mejores’. La autocrítica es fundamental para el desarrollo de cualquier institución”. Su tono es convincente, y claras y directas, de compromiso, sus palabras. Ella quiere una UNAM mejor, “porque puede, porque debe”, y por eso se expresa con intensidad.
Premiar lo bueno, no lo mucho Otra de sus propuestas para que la UNAM siga escalando posiciones a nivel mundial se refiere a que “no es importante cuánto hacemos, sino cómo lo hacemos”. Tamara es partidaria de que el investigador actual no esté obligado a hacer, “digamos”, 10 publicaciones al año, sino a publicar una o dos buenas, “que eso es lo único que nos pone en la mira internacional”. Y comenta que no se debe castigar la falta de cantidad, sino “premiar a quien hace una sola cosa y la hace bien”. Lo resume en cinco palabras: “Hay que tener sensibilidad intelectual”, lo cual significa, según ella, no evaluar a alguien con base en la cantidad, sino con base en su calidad. Y remata afirmando que esto es fundamental para una universidad de primer mundo. La gente mayor empezó a hacer una ciencia muy valiosa, pero muy distinta a la que se tiene que hacer ahora. La ciencia cada vez es más compleja y para hacerla hay que moverse en muchos campos. Para publicarla en una buena revista tiene que ser muy fina…, que cuesta trabajo hacer, “incluso a nosotros los jóvenes”. Apoya sus palabras y deseos en los de sus colegas: “La masa crítica ya la alcanzamos, ahora hay que dejar de evaluar por cantidad y empezar a evaluar calidad. También creo que nuestra universidad necesita no olvidarse de reconocer a aquellos que la construyeron porque esto la engrandece”.
Por José Antonio Alonso



