Suelo, lluvia y erosión

Por Yassir Zárate Méndez
El suelo es uno de los factores indispensables para la vida de millones de organismos, incluida la de nuestra especie.
Formado a lo largo de cientos de años, se compone de diferentes elementos, incluyendo minerales, materia orgánica, microorganismos, aire y agua, como refiere la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés).
Se trata de “una capa delgada que se ha formado muy lentamente, a través de los siglos, con la desintegración de las rocas superficiales por la acción del agua, los cambios de temperatura y el viento. Los plantas y animales que crecen y mueren dentro y sobre el suelo son descompuestos por los microorganismos, transformados en materia orgánica y mezclados con el suelo”, detalla un documento elaborado por especialistas de la FAO.
La formación del suelo
Esta delgada y crucial capa de nuestro planeta, algo así como su piel sensible y fecunda, comienza a constituirse cuando la roca madre se desintegra. Esa lenta disolución permite la aportación de minerales, que, a su vez, juegan un rol trascendental en la formación de plantas y en la dieta de los animales.

Con la aparición de la agricultura, el suelo adquirió una mayor relevancia para los grupos humanos. Y es que “se precisan cientos de años para que el suelo alcance el espesor mínimo necesario para la mayoría de los cultivos”, abunda la FAO.
“Al principio, los cambios de temperatura y el agua comienzan a romper las rocas: el calor del sol las agrieta, el agua se filtra entre las grietas y con el frío de la noche se congela. Sabemos que el hielo ocupa más lugar que el agua, y esto hace que las rocas reciban más presión y se quiebren. Poco a poco se pulverizan y son arrastradas por las lluvias y el viento. Cuando la superficie es en pendiente, este sedimento se deposita en las zonas bajas”, consigna el ente multinacional.
La primera parte está lista. Más adelante, comienza la colonización de los seres vivos, como plantas y musgos. Al morir, estos organismos aportan materia orgánica, “que es algo ácida y ayuda a corroer las piedras”.
El siguiente paso incluye la presencia de lombrices, insectos, hongos, bacterias, “que despedazan y transforman la vegetación y los animales que mueren, recuperando minerales que enriquecen el suelo. Este suelo, así enriquecido, tiene mejor estructura y mayor porosidad. Permite que crezcan plantas más grandes, que producen sombra y dan protección y alimento a una variedad mayor aún de plantas y animales”. El suelo está listo; para entonces han transcurrido siglos.
El factor pluvial
Sin embargo, a la ecuación de la formación del suelo se debe agregar un factor que juega un doble papel: la lluvia.
Por una parte, el agua que se precipita sobre la superficie contribuye de manera notable a la formación de esta capa, aunque, por otra parte, da pie a la degradación de los suelos.
En este punto entra en escena el doctor Guillermo Montero Martínez, del grupo de Física de Nubes, del Centro de Ciencias de la Atmósfera (CCA), de la UNAM. A lo largo de su investigación, ha clarificado el proceso de erosión de los suelos, por acción de la lluvia, a partir de la velocidad con la que caen las gotas.
“De estos estudios, que contribuya al conocimiento del proceso de erosión, a que proporcione información, que ponga mejor información, una información detallada, que permita a los especialistas en esta área, en erosión como tal, contar con una mejor información más detallada, a propósito de lo que puede producir la lluvia en diferentes lugares y a diferentes altitudes. Con esa información ellos podrían utilizarla para poder proyectar y predecir el efecto de manera más precisa en la erosión del suelo”, asienta el investigador.
Recurso no renovable
En última instancia, el propósito de la investigación consiste en identificar alternativas que permitan atenuar el impacto de la lluvia como agente erosionante.
“Este efecto acumulado irá cambiando las características del terreno y, a la larga, puede producir una disminución de la calidad o capacidad del suelo para soportar un ecosistema”.
Montero Martínez precisó que el planeta cuenta con unos 130 millones de kilómetros cuadrados de zona terrestre.
En tanto, la FAO señala que “sólo el 12% de la superficie de la tierra es fácilmente cultivable. Son más abundantes las zonas difíciles de trabajar. Los obstáculos posibles son varios: sequía por falta de lluvia, temperaturas muy bajas, suelos no fértiles por carencia de nutrientes minerales o por contener exceso de sal, terrenos siempre cubiertos de nieve o hielo o con pendiente muy acentuada”.
El organismo multilateral advierte que hay varios peligros que amenazan el suelo, entre los que se encuentra la pérdida de fertilidad, la contaminación y la desaparición del suelo mismo debido a la erosión.
“Muchas veces la pérdida de fertilidad o la contaminación acaban con la vegetación y el suelo desprotegido se erosiona rápidamente. Así, estos efectos se producen en la misma zona, uno después de otro”, acota la FAO.
A su vez, el investigador del CCA recalca que esta frágil capa de nuestro planeta, al que debe considerarse como un recurso vital y tan importante como otros recursos naturales, porque no es renovable.
“Una vez que el suelo se ha deteriorado, para renovar ese suelo, deben de pasar, literalmente, cientos de años”, advierte.
Doctorado en Ciencias de la Tierra, el doctor Guillermo Montero tiene como líneas de investigación el estudio de formación y evolución de niebla en nuestro país; la formación y desarrollo de nubes y precipitación en México; la modificación inadvertida y artificial del tiempo meteorológico; y la caracterización química de materia orgánica soluble en agua.
Lo que dice la FAO
Se llama erosión al desgaste, arrastre y pérdida de partículas de suelo. Se produce por acción del agua y del viento sobre zonas no protegidas:
Las gotas de lluvia caen con fuerza sobre el suelo deshaciendo progresivamente su estructura. El agua, al escurrirse, quita partículas y nutrientes al suelo y los transporta a las zonas bajas. Los arroyos y ríos arrancan la tierra de las riberas. El material arrastrado se sedimenta y rellena cauces y embalses, aumentando la probabilidad de inundaciones.
El viento también arrastra partículas de tierra fértil, especialmente cuando está recién removida o en los períodos de sequía, produciendo en algunos lugares verdaderas tormentas de polvo.
El suelo se mantiene debido a la capa de vegetación que lo cubre. Las hojas atenúan el impacto de la lluvia, del calor del sol y de los vientos fuertes sobre el suelo y las raíces ayudan a sostenerlo. El follaje que cae forma una capa de protección, y contribuye a la formación del humus.



