Un breve paseo por las matemáticas en México

Por Yassir Zárate Méndez
Las matemáticas han tenido una presencia contrastante en el territorio que ahora llamamos México.
Si nos remontamos al periodo prehispánico, encontramos una etapa de esplendor y florecimiento de esta ciencia. Los sacerdotes-astrónomos mayas desarrollaron una serie de observaciones, basados en un sistema matemático que tuvo su corolario en la invención del cero.
Asimismo, esos conocimientos permitieron obras monumentales que seguimos apreciando, en sitios como la Ciudad de México, Chichén Itzá o Palenque, a siglos de distancia de su construcción.
Más adelante, en arranque del periodo colonial, hubo un largo apagón para las ciencias en general, hasta que llegó el siglo XVII y una estela de personajes, casi todos vinculados con la Iglesia, pero con una intensa actividad en el campo de la ciencia.
La noche de piedra del Virreinato
El polígrafo mexicano José Emilio Pacheco fue el creador de la línea que da título a esta sección. Durante mucho tiempo se ha visto a la Colonia como un periodo de oscuridad y regresión. Sin embargo, cada vez es más evidente que en esa época hubo una intensa actividad intelectual.
Un par de buenos ejemplos son los casos de fray Diego Rodríguez y de Carlos de Sigüenza y Góngora, como asienta el investigador del Instituto de Matemáticas (IM), Unidad Cuernavaca, de la UNAM, Salvador Pérez Esteva.
“Hubo personajes importantes, como fray Diego Rodríguez, en el siglo XVII, Carlos de Sigüenza, también en el XVII; incluso alguno de ellos escribió un tratado sobre los logaritmos, por ejemplo”, asienta el universitario.
Correspondió a Rodríguez el honor de ser el responsable de la primera cátedra de Astrología y Matemática, impartida en la Universidad Real y Pontificia, a partir de 1613. Este fue un auténtico hito, y para algunos historiadores de la ciencia es considerado como el punto de lanza para la consolidación del pensamiento científico en el país.
Casi al final del tiempo de los virreyes, en la capital de la Nueva España se creó el Colegio de Minería, alrededor de 1790, “y algunos españoles se incorporaron al Seminario de Minas, y había cierto grado de matemáticas, pero en realidad era muy poco y era totalmente aplicado”, apunta Pérez Esteva.
El periodo independiente
Después de la consumación de la independencia tuvieron que pasar varios años para que se afianzarán la educación y el quehacer científico en la joven nación liberada.
“Por supuesto pasaron muchos años, que no había esencialmente nada. Incluso la Universidad Pontificia acabó cerrando temporalmente, en la época de Maximiliano”, agrega el investigador del Instituto de Matemáticas.
Para ese momento, la segunda mitad del siglo XIX, en la década de los sesenta de esa centuria, en Europa había “matemáticos gigantescos, y lo que ellos lograron fue sentar las bases para la matemática moderna. Nosotros éramos recién nacidos. México era muy joven, aunque empezaron a surgir otros movimientos”, acota Salvador Pérez.
El parteaguas lo representó la consolidación del pensamiento positivista, enarbolado por Gabino Barreda, y a quien se debe la fundación de la Escuela Nacional Preparatoria. El propósito era el de “hacer científica la educación”, a decir de Pérez Esteva.
Había sido años sumamente turbulentos, con vaivenes políticos, incluyendo invasiones de potencias como Estados Unidos y Francia. Sin embargo, tras el triunfo de la República sobre el Imperio, es decir, de los liberales contra los conservadores, inició una nueva etapa para el país.
Así, con Benito Juárez en el poder político, se cimenta el camino para el impulso definitivo que recibirán las matemáticas como ciencia.
El despegue del siglo XX
Para el investigador del IM, el siguiente momento clave se vivió hacia finales del Porfiriato, con la institución de la Escuela de Altos Estudios. A ello se sumó la creación de la Universidad Nacional de México “y ahí surgieron personajes muy importantes. El primero fue Sotero Prieto; se trató de la primera persona que pensó en matemáticas, ya como ciencia y que quiso trascender”, relata Salvador Pérez.
En medio de la turbulencia revolucionaria, encendida por el movimiento maderista, y el posterior apaciguamiento del país, tras la caída de Porfirio Díaz, “por ahí de 1912 se dio el primer curso de matemáticas avanzadas, realmente. De ahí las cosas empezaron a crecer de manera muy agradable. Y para cuando se dio la autonomía de la Universidad, un poco más adelante, en el año 1933 se creó la Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas, cuyo responsable fue Sotero Prieto”, agrega.
En esa encrucijada, hacia 1943, en plena Segunda Guerra Mundial, “los Estados Unidos mandaron un grupo de ayuda de su comisión de ciencias, para el desarrollo de Latinoamérica. Mandaron a México a George David Birkhoff, quien desafortunadamente murió al poco tiempo, pero dejó como sustituto a Solomon Lefschetz, nuestro padrino matemático. Este señor mandó a México, porque estaba naciendo matemáticamente, y de ahí lo llevó a la élite”.
A Lefschetz se debe una proyección de los matemáticos mexicanos más allá de nuestras fronteras. Para Salvador Pérez, hubo un salto espectacular que permitió un avance inédito.
Además, se consolidó una red académica, que partió del Instituto de Matemáticas, para llegar a otras entidades federativas, que incluso trascendió hasta el nivel del posgrado. Las matemáticas viven un gran momento en nuestro país.